Si lo piensas un momento, quizás caigas en el desasosiego. Cuando descubras la exacta y eficaz mecánica que hace andar a la naturaleza, que dirige cada rayo de luz, que dosifica cada ráfaga de viento, que ordena cada impulso de tu corazón. Cuando sepas de la existencia de ese orden terrible, a veces oculto y sutil, otras veces evidente y obsceno.
Te invadirá la ansiedad si te percatas de que más que vivir, eres un simple actor que interpreta un guión, que se rige por una mezcla de leyes de la naturaleza, principios físicos y teoremas matemáticos que no puedes variar. Sufrirás con tu ignorancia, dado que tú, insignificante mortal, solo conoces tu destino cuando se materializa en presente, cuando ya no tiene vuelta atrás. Cuando invisibles hilos numéricos acaban de decidir por ti, simple marioneta de la matemática.
¿No te humilla la chulesca precisión matemática de las órbitas planetarias? ¿No te ofende la existencia de enormes cifras astronómicas que describen el universo? ¿No te sientes imperfecto ante las formas clásicas de la geometría, tan puras, tan higiénicas? ¿No te asusta la brutal contabilidad con la que se destruye la piel y el aliento del planeta?
Pero en el mismo monstruo del determinismo están incrustadas la rebeldía y la libertad. Un conjunto finito de neuronas es capaz de producir infinitos pensamientos complejos e impredecibles. Estrictas y rígidas proporciones y simetrías dan lugar a las infinitas formas de la arquitectura y el adorno. La música nace del ritmo y la repetición, que se combinan creando nuevas melodías ¿Cuántas son?
Si te fijas, puedes ver la belleza, deslizándose por entre las pequeñas hendiduras que tiene el sistema.